Ya no hay noches en las que no sienta miedo. Cuando calma el viento, cuando todo se aquieta y solo se escucha ese ruidoso silencio nocturno, un temor inexplicable se apodera de mí. Dijo esto y se quedó contemplando el amanecer. Mientras prepara unos mates piensa en qué sería de nosotros sin el miedo, ¿cómo sería nuestro despertar después de una noche sin pesadillas?, ¿en quién pensaríamos o a quién rezaríamos si no necesitáramos encontrar seguridad? Lo angustia pensar que la poca fe le queda, se diluiría si no tuviera miedo. ¿Cómo será vivir sin fe?, se pregunta y toma un mate.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña