Luego de entregar el municipio a su rival electo para reemplazarlo, el ahora Diputado, se dirige hacia la capital, acompañado por un pequeño grupo de amigos, que en caravana abandonaron la ciudad, cuando aun no se avizoraban las primeras luces de la mañana.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña