Despertó bruscamente. Como cuando uno siente que se quedó dormido o que sin darse cuenta se le pasó la hora. Se sentó en la cama, encendió el velador y miró la hora: eran las cinco de la mañana. Sigo durmiendo, pensó. Mejor no, mejor me levanto y ordeno un poco el departamento, antes de ir a trabajar. El fin de semana había sido un desastre. Todo a contramano. Todo el tiempo ocupada tratando de encontrarle la vuelta a lo que, por un momento creyó poder recuperar, pero que, cuando él la tomó fuertemente del pelo, como para zamarrearla, comprendió que esa relación estaba definitivamente estaba terminada.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
GRacias por haber "decorado y adornado" mi vida en esta blogosfera nuestra....Besos
ResponderBorrarEl maltrato duele, humilla: la comunicación honesta, para evitarlo...
ResponderBorrarSaludos, Monique.
A esas relaciones siempre se les debe poner punto y final.
ResponderBorrarMe alegra ver que sigues activa. Ha pasado mucho tiempo!!
besooos