Está cambiando el aire. Lo hace con fuerza. Como si ya no soportara más
permanecer así. El aire que respiramos por varios días viaja a unos cien kilómetros
por hora rumbo al Atlántico. Se lleva nuestros suspiros, nuestros enojos y todo
aquello con lo que lo cargamos mientras circula por nuestro organismo. El aire
que llega viene desde el Pacifico. Atravesó la cordillera y aunque su permanencia
entre nosotros es casi efímera, se respira bien, limpio, como aire nuevo.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
¡dale amigo! ¡seguí escribiendo! es como nadar o andar en bicicleta....no te olvidás mas. Un saludo!
ResponderBorrarNo hay nada como aire limpio!!! un beso
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