Cuando el día empieza a rodar y la realidad se vuelve tres palos, los sueños y las ilusiones parecen un arco imposible de atravesar y el mundo se arruga como una barrera que no te deja ver la realidad; y es entonces que la vida, pide, en un acto de locura colectiva más: un minuto de descuento; como si el tiempo fuera -por sí mismo- a fabricar ese milagro, ese deseo, o ese pasaje a la felicidad efímera que representa el ganar.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
sábado, julio 05, 2014
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