Repetía, todo el tiempo, que nada la haría cambiar de
idea.
—Yo soy así, nací así y voy a morir así —decía cada vez que
alguien la cuestionaba por lo arriesgado de sus pensamientos—. Yo —agregaba—,
no necesito cambiar, soy feliz así.
Y uno se quedaba en silencio, mirando por la ventana, para
evitar una discusión sin sentido.
El día de su sepelio, nadie quiso hablar para despedirla.
Algunos por respeto a sus convicciones. Otros por comodidad, para no tener que
esforzarse en pensar algo que valiera la pena decirse. Y otros, tal vez los
más, por temor. Déjenla irse así, me dijo un amigo, en silencio, no vaya a ser
cosa que, al decir algo, vayamos a perturbar eso que, como un aura, aún anda
dando vueltas entre nosotros.
Comentarios
Publicar un comentario