Repetir era la única manera de
aprender que nos ofrecía la escuela. Estudiar de memoria y repetir era, y tal
vez lo siga siendo, la forma de avanzar en el sistema educativo, con la
esperanza de, algún día, ser alguien en la vida. No fui un buen alumno en ese sentidos, ni en otros que no viene ahora al caso recordar. Es más, en la secundaria,
me pasé de rosca y repetí un par de años en los que me negué a presentarme a
los exámenes que el sistema de ofrecía para –en caso de aprobarlos- pasara de
año. No me acostumbré nunca a repetir. Y no sé bien porqué, pero, últimamente, el tema
me empezó a dar vueltas. Sueño que me repito incansablemente en uno de los
tantos roles que he desempeñado en esta vida; roles que –no sin esfuerzos- he ido
abandonando sistemáticamente. Repetirse es morirse, leí alguna vez. Pero no es
la muerte lo que me preocupa.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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