No sabe si seguir o quedarse ahí esperando a que, su
tropilla, pegue la vuelta.
Los caballos avanzan decididos.
Tienen ese andar que a él lo hace pensar que no galopan, que
flotan como si fueran caballitos de mar.
Que el contacto con el agua ha despertado en ellos una
capacidad anfibia que hasta ahí nunca habían podido mostrar.
Aunque el borde costero está ahí nomas, estos matungos no
van hacía él.
Todo lo contrario: su rumbo se orienta hacia lo profundo.
No queda mucho por hacer, salvo esperar que prevalezca el
instinto y que sus caballos salgan solos del agua.
Pega unos gritos tratando de llamar su atención.
Pero no sucede nada.
Hay algo que los ha enceguecido, piensa. Hay algo en este
espejo de agua que los retiene, una fuerza desconocida que los llama, que una
trampa que los mantiene atrapados.
Comentarios
Publicar un comentario