Ir al contenido principal

Mensajes del tiempo

Voy subiendo la cuesta. El paisaje es tan agreste que conmueve por sí mismo. No hay espacio ni distancia comparable. La soledad sumada a la inmensidad, hace que sienta que puedo tocar el cielo con las manos.

Ya estoy en lo más alto. 

Siento que ha valido la pena llegar hasta aquí, para ver este cielo y estas montañas, en donde me siento distinto a todo lo que he experimentado hasta aquí.

Giro y, de pronto, la encuentro a ella, refugiada entre esas mismas piedras en las que sus manos tallan imágenes ancestrales, como aferrada al paisaje.

Me acerco, la miro, respiro profundo y es como si me transportara al pasado, a ese tiempo ancestral que late vivo en medio de la quebrada.

Comentarios

  1. Fue fácil acompañarte en esa subida, y luego encontrarla a ella tallando empecinada su pasado y sus saberes tantas veces arrebatados.

    Beso

    Estercita

    ResponderBorrar
  2. Me colgué mirando las otras fotografías, se ven y se escuchan, es apasionante

    ResponderBorrar
  3. Las emociones se disparan a tantos metros de altura.....La foto es preciosa. Besos

    ResponderBorrar
  4. ella es una imagen ancestral que se talla a sí misma. se me emocionaron los ojos y el alma. tan suave y tan dura esa mujer, ahí. tan vulnerable, susceptible, protegida. te envidio la experiencia.
    y otra vez, gracias, alberto, por tus ojos!

    ResponderBorrar
  5. Diríase que lleva allí desde el primer dia de la Creación...
    Que siempre estuvo.

    Salu2

    ResponderBorrar
  6. Viajar al norte es meterse en la máquina del tiempo. Es una experiencia maravillosa.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Vueltas

Escribir   un     rezo para un Dios    inexistente   Inventarme    un Dios       al cual rezarle sin fe   Encontrar    una fe       que no esté presa de una religión   Profesar   una religión      en la que no haga falta          rezar para huirle a la angustia que me acompaña desde que no estás

No ser

Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre.  La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia.  Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...