Acomodó el cuerpo en la butaca, dejándolo caer lentamente,
como si al así hacerlo, evitara algún dolor, de esos que uno le quedan luego de
una larga caminata. Lo hizo también buscando encontrar, en esa butaca, alguna seguridad, esperando tal vez, contener toda esa humanidad, que se percibía tan frágil que la hacía pensar que si –por
esas casualidades- alguien abriera la puerta y dejara entrar una brisa, esa
ligera brisa sería suficiente para terminar derribando lo poco de autoestima
que le había ayudado a salir de su departamento y llegar hasta su trabajo.
Levantó la vista, quizás con la esperanza de que Clarita ya no estuviera más ahí,
pero no, Clarita seguía con sus manos apoyadas en el escritorio, como estableciendo
una barrera, un límite, como bloqueándole cualquier posibilidad de huir de esa
conversación que ella no quería tener y a la que, evidentemente, Clarita no estaba dispuesta
a renunciar. Disculpame, dijo, casi en tono de suplica, pero no ahora no tengo
ganas de hablar, tal vez mas tarde, pero
ahora no. Sacó el manojo de llaves de su cartera y abrió uno de los cajones de
su escritorio, mientras veía como Clarita regresaba a su puesto de trabajo. No
te voy a dar el gusto, pensó, no te voy a dejar hurgar en mis sentimientos como
quien revuelve la basura de otro, no Clarita, a vos no.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Perder la autoestima....eso es terrible!!! Un abrazo
ResponderBorrarSi se es amigo, uno puede entrar hasta la cocina, para escuchar, ayudar...
ResponderBorrarUn abrazo, Monique.