Vivo lidiando contra ese deseo de hacer de mis días una
rutina, como si ello fuera a tranquilizar a los fantasmas que me rondan, como si
el volverme repetitivo fuera a calmar los tormentosos sueños que me esperan al
dormir. Por suerte, pierdo la batalla.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
jueves, agosto 01, 2013
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