Hay que andar, dijo en tono de quien
no se propone convencer a nadie pero que tiene la convicción de que lo que dice
vale pena expresarlo. Sí, andar y no pensar tanto en lo que queda, agregó con
la vista puesta en el horizonte. Las huellas de tu pasar pueden durar, más o
menos, antes que el tiempo arrase con ellas, concluyó o por lo menos eso creí. Tal
vez sólo estaba haciendo una de sus acostumbradas pausas para que su decir no
se impusiera como una sentencia. Levanté la vista en un intento por abarcar
algo de lo que sus ojos miraban .Y sí sólo fuéramos una huella de otro pasar,
se me ocurrió pensar.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
No me sale nada tan profundo, pero las huellas tan grandes provienen muchas veces de espiritus simples que van sin cuestionarse cómo.
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