La piedra sobre la montaña era grande como una casa. Se
despeñaba y rodaba sin control haciendo retumbar la tierra.
La veíamos venir. No podíamos hacer nada.
No sé cuántos metros recorría. Sólo recuerdo que, en el
sueño, pensaba en cómo protegernos. Lo pensaba mirando la piedra que yacía a
unos pocos metros, como haciendo una pausa. Podía sentir la angustia que me
provocaba el saber que, si no se hubiera detenido, nos hubiera aplastado.
Ahora, ya despierto, cuando recuerdo el sueño, imagino que
tal vez tenga ver con el hecho de que estuve manejando en la ruta.
Corría mucho viento. Lo que, por sí sólo, representa una
exigencia extra para el conductor.
Pero lo que más me inquietaba era otra cosa.
Acostumbro, en estas circunstancias, a prestarles mucha
atención a los camiones de carga. Pareciera que a sus cajas las hacen cada vez
más grandes. El viento sopla tan fuerte que termina dándoles una ligera
inclinación, como si fuera a caerte encima. Ha sucedido, en más de una
oportunidad, que es tanta la presión del viento, que los ha volcado.
Afuera, el viento, sigue soplando. La angustia que me dejó el sueño ya se ha disipado. Hoy no pienso manejar.
Comentarios
Publicar un comentario