Nadie presenció el desprendimiento,
ni escuchó
el sumergir estruendoso
de la masa de hielo.
Cuando emergió,
a sus azules transparentes
solo los acompañó
el silencio.
Después,
por un instante,
todo fue quietud,
una glaciar quietud,
que se rompió
con el soplo de un viento.
Arrastrado
por la inercia lacustre
se desplazó
pesado
lento
hacia un destino incierto.
Navegó (o creyó hacerlo)
alimentando,
con su involuntario deshielo,
la sed del lago
incrustado en medio del desierto.
Tuvo (se podría decir)
una existencia sin testigos
un pasar
sin que nada,
ni nadie,
diera fe de ello.
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