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Mostrando las entradas de febrero, 2025

No ser

Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre.  La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia.  Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...

Cielo

La presión de la altura me está demoliendo la cabeza. No recuerdo haber sentido la puna así. Por momentos, saco la cabeza por la ventanilla del colectivo. Respiro lento, profundo y constante. Retengo todo lo que puedo el aire en los pulmones. Aún no me he mareado.   Los demás pasajeros parecen no sentir nada. Cuando subimos en la terminal, algunos, me observaron detenidamente, como si buscaran en mí algo de ese pibe que se fue hace más de tres de décadas de ese triste pueblo metido en medio de la montaña. Felipe, escribo estas líneas, confiando en que llegaran a tus manos. Sé que ha pasado mucho tiempo y que nada de lo que diga puede ya interesarte. Es probable que, incluso, ya no me recuerdes. Aunque sé también que ello es muy difícil. El tiempo ha pasado y –más temprano que tarde - yo pasaré, y no quisiera dejar esta vida sin antes saldar esta cuenta que el destino dejó pendiente entre nosotros y que ha marcado para siempre nuestra existencia. No consulté con nadie mi decisió...

Búsqueda

  No resulta fácil explicar por qué te levantas a las cuatro de la mañana a escribir. Más difícil aún es tratar de explicar que estás escribiendo un cuento y que, justo a esa hora, se te apareció un personaje que podría darle algún sentido a tu historia. Escribir es fácil. Lo difícil es corregir. Leerse y darse cuenta que amontonando palabras no se llega a ningún lado. Seleccionar párrafos completos y apretar suprimir. Alimentar la papelera de reciclaje con textos que te parecían buenos y que, pasado un tiempo, te dan vergüenza. —Desconocía esta faceta tuya —suelen decirme. Tratando de no tomarme muy en serio, respondo que yo también la desconocía, que nunca había imaginado que podía narrar historias y que otros fueran a leerlas. Recuerdo que en el 2005 estaba sin trabajo, en cuarteles de invierno, como acostumbran a decir cuando te salís del sistema. Fue ahí que empecé a publicar en un blog, una especie de catarsis de toda esa realidad que saturaba mi cabeza. Compartía...

Olvidarme

Me quedé sentada en la cocina. Esperando no sé qué. Tendría que haber acompañado a mi madre. Todo fue tan rápido que ni tiempo tuve de reaccionar. —Vos te quedas acá —dijo mí padre cuando me vio aparecer con la campera puesta. Ella no dijo nada. Ella conocía bien a mí padre y sabía cuándo debe callar. El teléfono sonó varias veces antes que alguien se levantara a atender. Yo estaba despierta, tapada hasta el cogote con la vieja frazada que me abriga del invierno. El ring del teléfono seguía sonando. Parecía que la única que lo escuchaba era yo. Quién puede estar llamando a esta hora, pensé. Debe ser una de esas llamadas automáticas que te hacen una encuesta o te notifican de algo. En lo único en lo que no pensé fue en mi hermano. Él había salido de parranda, como suele hacerlo todos los fines de semanas desde que cumplió los dieciocho años. A mí me faltan todavía cuatro años para ser mayor de edad. Cuando pienso en ello, el tiempo se me hace interminable. —Levantate —ordenó mi ma...

Fe

Dejé de creer en la inocencia del invierno…

Héctor Rodolfo "Lobo" Peña

Mi práctica como escritor me llevó a leer a Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Empecé con “Los pájaros del lago”, después vino “Trágica gaviota patagónica” y ya no pude parar de leerlo. Fui encontrándome en cada uno de sus libros con sus poemas, sus cuentos cortos, sus novelas y su colección de aforismo que nos dejó en su último trabajo publicado. De la mano de Martín, uno de sus tres hijos, me llegó “El Basural del frío”. Algunas cajas, de esta muy interesante novela, habían quedado guardadas en su garaje esperando salir a la luz. Lo pusimos, junto a “Imágenes y Desaforismos” en nuestro stand de autores calafateños. La respuesta de la gente no se hizo esperar. No teníamos que presentarlo. Peña estaba presente en la memoria de nuestros vecinos. Muchos lo habían tratado, conocían a su familia y habían leído sus libros. Otros, los que llegaron después, poco sabían de él. En el 2018, con la excusa de su natalicio, nos convocamos en la Biblioteca de Parques Nacionales para recordarlo. La invi...

Carlos

Estoy de nuevo en la ruta. Ya hice la mayor parte de este largo trayecto que debo realizar para visitar a la familia. Empiezo a bajar por la “Curva de los palitos”. La nueva traza la hizo más amigable. No hace mucho, descender por ella, era un verdadero suplicio. Venir de una recta interminable y llegar de golpe, a esta bajada, en zigzag, te obligaba a meter cambios para disminuir la velocidad y rogar que nadie viniera de frente. Los palitos eran esas balizas hechas de cemento y pintados de blanco, que vaya a saber uno cuándo se habían puesto y que servían sólo para llamar la atención. Larga era la lista de conductores que habían desbarrancado en este lugar. Pero, como ya dije, no están más. Los remplazaron por los clásicos guarda raid de chapa cuando modificaron la traza, lo que me permite recorrerla con más tranquilidad de la que recuerdo. Lo que no cambió fue la forma de vado que adquiere la ruta una vez que terminas de descender. Ahí te encontrás con una recta en la que la pr...

No destino

No voy a hablar de mi padre, él ya está muerto. Tampoco voy a hablar de la manera en que murió, de eso ya se encargaron los diarios.  No voy a hablar de mi madre, ni de como atravesó el dolor de quedarse sola o lo que ella mostró casi teatralmente de ese dolor para todo aquel que quisiera ver.  y que –naturalmente- se vivió como el desgarrado sufrimiento de una mujer que lo había perdido todo.  Si tuviera que dar alguna referencia que ubique al circunstancial lector, podría decir que esto que voy a contar, tal vez tenga algo que ver con el destino o, mejor dicho, con lo que algunos ilusoriamente creyeron sería el curso que seguiría mi vida después de la trágica muerte de mi padre.  Ahora todos esperan, con un entusiasmo desmesurado, la fiesta que mi madre organizó para celebrar mi cumpleaños. —Ya sos todo un hombrecito —dijo ella mientras preparaba la torta con las velitas— ahora vas a poder ocupar el lugar que dejó tu padre. El  martes  próximo  deber...