Llegó temprano a la
oficina, cosa poco común en ella. Clarita ya estaba sentada en su escritorio
con la computadora encendida. Siempre igual, siempre sonriente, siempre
temprano, siempre eficiente y como preparada para hacerse cargo del mundo. Trató
de desentenderse, de no prestarle atención, de hacer como si su llegar temprano
no fuera una excepción en su vida laboral. Se quitó el gorro, la bufanda, los
guantes, la campera y un sueter que solía ponerse cuando le tocaban estas
mañanas frías. Cuando se disponía a ubicarse en su puesto de trabajo, sintió la
proximidad de Clarita, que sigilosamente se había levantado y con una taza de café
en la mano, venía hacia ella, con, uno vaya a saber, qué intención. ¿Te pasa
algo? Le susurró al oído. Ella se dio medio vuelta, sin desacomodar el cuerpo,
como queriendo disimular eso de estar pasando un día de mierda. Nada, no me
pasa nada. ¿Qué te hace pensar que me puede estar pasando algo? Contesto,
pensando en que su respuesta, en forma de pregunta, haría que Clarita
retrocediera, o desistiera de continuar con su indagatoria. Pero no, nada de
eso pasó. Todo lo contrario. Clarita dio un par de pasos, se puso del otro la
del escritorio, apoyó sus manos en él y como disfrutando de esa oportunidad que
ella le había servido en bandeja le dijo, ahora en voz alta: Si a vos no te
pasa nada, avisale a tu cara querida, porque tenés toda la pinta de haber
atravesado un temporal.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
Justo ayer le dije a alguien esa frase de "díselo a tu cara"...es IMPORTANTE transmitir con ella Un abrazo
ResponderBorrarComo decía la mamá de mi esposa..."no solo hay que serlo sino también parecerlo". Lindo relato, grandes saludos.
ResponderBorrar