No resulta fácil explicar por qué te levantas a las cuatro
de la mañana y te pones a escribir. Tu mujer te mira raro. Tus hijos te dicen
que te agarró el viejaso. Más difícil aún es tratar de explicar que estas
escribiendo un cuento y que justo, a esa hora, se te apareció un personaje que
podría darle a tu historia algún sentido.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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