Desperté sobresaltado. No estaba
teniendo un buen sueño. Era aún muy temprano. Hice el intento de seguir
durmiendo, pero no lo logré. O tal vez sí. Tal vez estaba de nuevo transitando eso que parecía una pesadilla. Mejor despertar, me dije. No sin dar antes unas vueltas en la cama, opté por levantarme. Afuera el
sol estaba ya a pleno y reinaba una calma casi absoluta. Miré el reloj de pared
y faltaban unos quince minutos para las seis de la mañana. Muy temprano, pensé.
Pero no voy a volver a acostarme. No. Mejor sigo despierto.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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