Era aún muy temprano. No estaba teniendo un buen sueño. Desperté
sobresaltado.
Hice el intento de seguir durmiendo, pero no lo logré. O tal
vez sí. No lo tengo claro. La sensación de que había soñado mi despertar me
quedó latiendo en la conciencia. Me esforcé para salir de
ese estado en el que el cuerpo parecía alejado de mí.
Abrí los ojos. Sentí el cuerpo pesado, como si no hubiera
descansado. Me quedé un rato entre las sábanas, hasta que decidí levantarme.
Afuera el sol estaba pleno. Reinaba una calma absoluta.
Miré el reloj de pared. Faltaban unos quince minutos para
las seis de la mañana.
Muy temprano.
Pensé en volver a la cama, a intentar dormir un poco más.
Fue ahí que me acordé del sueño. En cómo, cuando el avión se sacudía en medio de la tormenta, me caía porque no
llevaba el cinturón puesto. En lo que me costaba levantarme y volver a mi
butaca. En cómo el avión iba descendiendo en picada directo a impactar en la pista.
Padre nuestro, alcanzaba a rezar, antes de que el piloto enderezara la trompa
del avión y aterrizara carreteando por la pista. El avión detenía la marcha.
Todos aplaudíamos a la tripulación que nos saludaban sonrientes, con cara de
haber cumplido con su misión.
Mejor me quedo despierto, me dije, voy a salir a caminar, a
sentir que tengo los pies sobre la tierra.
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