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Adonde está, que no se ve...


Buenos tardes señora, estamos repartiendo la propuesta de Julián, dijo la joven, medio automáticamente. Y la Sra. La quedó mirando, como esperando algún argumento más que justificara la interrupción de su sagrada siesta. Es por la elecciones de octubre, dijo la promotora, ahora como disculpándose. Y sin hacerla pasar, la vecina pregunto: ¿La propuesta de Julián, el que está con el Intendente Méndez? Y ahí la respuesta no se hizo esperar: No sra. Julián no está con Méndez, Méndez ya fue.

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Encuentro

Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...

Vueltas

Escribir   un     rezo para un Dios    inexistente   Inventarme    un Dios       al cual rezarle sin fe   Encontrar    una fe       que no esté presa de una religión   Profesar   una religión      en la que no haga falta          rezar para huirle a la angustia que me acompaña desde que no estás

Espera

Despacio, me dijo, debes ir más despacio. Este invierno pronto dejará de estar entre nosotros y tus piernas entumecidas irán de a poco recuperando el ritmo. Me dijo eso mientras encendía unas ramas secas en la salamandra. No tiene sentido apurarse ahora, dijo y dejó que su cuerpo se acomodara lentamente en la reposera. Lo miré con los ojos bien abiertos, como tratando de abarcar toda esa existencia en mi mirada. El cielo seguía encapotado. No he podido acostumbrarme a eso de vivir los momentos como una espera.