Caminar despacio, dejando en cada paso un instante de esa
eternidad que nos prometieron y que hoy presentimos como falsa.
Olvidarnos del paraíso
como el premio que le toca al que, religiosamente, no se aparta de los milenarios mandamientos.
Sentir el temor, no tanto a perder la senda del buen camino, sino a ese rezago
de culpa que anida en algún lugar de tu conciencia o de tu inconsciencia.
Avanzar, aun cuando todos a tu alrededor imaginan que retrocedes.
Trastabillar.
Caer.
Levantarte.
Renguear.
Volver a caminar.
Parece ser que de eso se trata
esto.
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