Las olas golpean suavemente la costa. El agua tapa las piedras y luego se desliza suavemente en retroceso. Hay en este movimiento como un contrasentido. Cuando la ola rompe sobre la costa el sonido es abrupto, suena como un cachetazo en la cara, te despierta y te obliga a prestarle atención. Cuando el agua retrocede, sucede todo lo contrario, el agua se filtra suavemente entre las piedras y el sonido es tan relajante que uno puede pasarse horas tirado en la playa y perder noción del tiempo, del espacio y de uno mismo también. Esto no pasa en las playas de arena, allí uno disfruta del mar, de sus olas, pero no hay nada parecido a lo que uno percibe cuando el agua retrocede en una playa de piedras.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Nada como saber disfrutar de cada cosa en cada sitio.
ResponderBorrarViví en una casa pegada a la arena de la playa.
El ruido de las olas puede llegar a ser ensordecedor (por lo constante).
Vivir lo que toca en cada momento...
ResponderBorrarQuedarme mirando al mar...
¡Qué paz!
un abrazo