Ansiedad de mí, siento, dijo la chica que atiende la panadería
mientras envolvía las medialunas. De no poder encontrarme. De terminar con mi
existencia desparramada en la cama como si fuera una frazada que no cubre a
nadie ya con su calor. Son veinte pesos, dice y se queda esperando que busque
en mi bolsillo la plata para pagarle.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
Profunda conversación para una situación tan cotidiana.
ResponderBorrarEl miedo de no encontrarme lo comparto con ella, es lamentablemente un compañero habitual.
Un abrazo