A pesar de haber recorrido ya unos ochenta kilómetros, este tiene un tamaño considerable, parece un castillo flotante y su figura va cambiando a medida que avanza impulsado por el viento. Lo tendremos frente a nosotros, con suerte, una semana, hasta que lo perdamos de vista. Seguirá su curso natural, hasta confundirse con las aguas del Lago Argentino y alimentar el torrente en el que nace el majestuoso Río Santa Cruz, que atraviesa toda nuestra provincia para desembocar en el atlántico.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
qué increíble espectáculo...
ResponderBorrar