Durante mis primeros años en El Calafate, disfrutaba mucho del contacto con lo natural, nuestra casa quedaba a un par de km del pueblo y cuando volvía de trabajar, podía pasarme toda la tarde sin que nada ni nadie interrumpieran la lectura de un libro o la ansiada siesta. En el barrio había tres casas habitadas permanentes y una que ocupaba de manera temporaria conocido actor nacional. Fueron cuatro o cinco años, en los que pudimos apreciar la aventura de vivir alejados del mundo.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
Comentarios
Publicar un comentario