Las primeras nevadas cubren con su manto blanco toda la pista de hielo que nos invita -a los que no somos tan amantes del patinaje- a recorrerla caminando. Recuerdo haberla transitado casi hasta el límite con el lago. Cuando el hielo comienza a crujir, uno sabe que ya no puede avanzar mucho más, sin correr el riesgo de terminar dándose una zambullida en las frías aguas. Riesgo que no vale la pena correr, ya que son pocas las probabilidades de ser rescatado en una circunstancia como esa.
Las primeras nevadas cubren con su manto blanco toda la pista de hielo que nos invita -a los que no somos tan amantes del patinaje- a recorrerla caminando. Recuerdo haberla transitado casi hasta el límite con el lago. Cuando el hielo comienza a crujir, uno sabe que ya no puede avanzar mucho más, sin correr el riesgo de terminar dándose una zambullida en las frías aguas. Riesgo que no vale la pena correr, ya que son pocas las probabilidades de ser rescatado en una circunstancia como esa.
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