Fue así como se encontró con él. Bueno, más que un encuentro, para ella fue casi como un rescate. Nunca le había prestado atención, hasta que vio como el mar subía y se acercaba hacia eso que parecía un cuerpo desvanecido en la costa, al que no le faltaba mucho para terminar siendo arrastrado por una ola. Fue la única vez que bajó hacía el mar. Corrió hacia él desesperada y cuando se disponía a zamarrearlo, la ola golpeo contra sus piernas y lo despertó. Él se puso de pie como si nada hubiera pasado. Ella se frenó de golpe pero ya estaba demasiado cerca como para evitarlo. Te puedo ser útil en algo le dijo, como para salir del paso y no quedar como una estúpida entrometida. No me vendría mal un lugar en donde secar un poco estos pantalones, dijo él, mientras una nueva ola terminaba de empapar sus pies. Vivo a dos cuadras de acá, si te parece, venite a casa y te secas un poco, ya se está poniendo frio y si te quedas ahí parado, lo menos que te vas a agarrar es una pulmonía, dijo ella, ahora un poco más tranquila.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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Zafar
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uy ¡me gusta la historia!ª!!! bss
ResponderBorrar... el viejo truco de ven que estás empapado/a y te cambias en cas... ya, ya... ;)
ResponderBorrar¡Me encantan esos leones marinos que has puesto en la foto!...
Abrazos.