Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
Son los mejores, ¿verdad? Esos días son los que hay que aprovechar primero y atesorar después.
ResponderBorrarUn abrazo
Tan solo nos interrumpe la noche, el sueño, ese momento de inconciencia que hace que un rato sea distinto a otro rato...
ResponderBorrarA veces venir hasta acá me suena a un remanso...
Abrazo