Me alegró mucho el saber que el libro “Las huellas del frío” estaba entre los cinco elegidos para representar a Santa Cruz.
Creo que a todos nos sorprendió la cantidad y calidad de publicaciones
que este año respondieron a la convocatoria de la Biblioteca “Juan Hilarión
Lenzi”.
Ello habla del prolífico trabajo en el campo literario que se está
desplegando a lo largo y ancho de nuestra provincia. Y habla también, se me
ocurre pensar, de una necesidad, que desde lo literario, pero también desde las
otras expresiones artísticas, existe y que está más allá del resultado de este
o cualquier otro concurso.
Nuestra literatura, nuestros libros, nuestros escritores, nuestras
expresiones artísticas, buscan y necesitan algo más: buscan hacerse visibles,
que se les faciliten los canales para exponerse a la crítica y a un público
lector más amplio, más allá de los que nuestra geografía social les ofrece.
Y es por ello que el espacio en la Feria Internacional del libro
resulta más que significativo. Porque. al permitirnos ser parte de este gran
evento, se está también poniendo en valor nuestra tarea, la que muchas veces se
desarrolla de manera solitaria y silenciosa.
Los patagónicos, y en particular los santacruceños, hemos sido, somos y
-por lo que se ve- seremos objetos de la escritura. Ya no tanto como lo
fuéramos en el siglo pasado por parte de los aventureros, los viajeros, los
exploradores, los conquistadores. Ahora, uno se encuentra con los cronistas,
con las investigaciones periodísticas, o con el renovado interés por develarnos
que arrastran los que necesitan la noticia del momento. Todos comparten o
tienen en común, a mí modo de ver las cosas, la mirada del extranjero. Las
crónicas, los relatos periodísticos, los diarios de viaje, y alguna que otra
novela, mantienen esa impronta.
Pero, desde hace ya bastante tiempo, los habitantes de la Patagonia,
no nos conformamos con el ser narrados por “los otros”. La producción literaria
revela o deja al descubierto la necesidad que tenemos de relatarnos, de
escucharnos, de leernos; de reconocernos como parte de un campo literario
propio a partir del cual poder reflexionar acerca de nuestra identidad y de
nuestra pertenencia a este mítico territorio.
Somos Patagonia. Nacidos y criados. Venidos y aquerenciados.
Nuestra literatura inevitablemente funciona como parte de ello. Nuestras
narraciones están impregnadas de todas las connotaciones que a lo largo del
tiempo, desde Pigafetta a esta parte de la historia, han devenido en
mito. La idea “de utopía, de ausencia, de no lugar” que alimentaron los
escritos de aventureros, diletantes y viajeros, sigue operando hoy también en
nosotros; pero en nuestro caso, creo, lo hace de manera distinta.
Las distancias, la inmensidad, lo inconmensurable del paisaje, el mar,
la estepa o la montaña, el frío, el viento, la nevada, la soledad del puestero,
del hombre petrolero, o del minero, los interminables días de verano o las
prolongadas noches de invierno; aparecen en nuestros textos con un registro o
un tono que los distingue de la mirada foránea, y devienen así en referencias
indiscutibles de nuestra literatura.
Por otra parte, desde Peña, Lofredo, Osses, Albornoz, Besoain, Isla,
Drisarli, etc. nuestra narrativa, fue horadando esa idea de pensar a
nuestra provincia como lugar sin memoria, sin literatura o sin escritores. O
cuya única memoria existía, pero sólo en la voz de los viajeros.
Nuestra literatura, en sus múltiples registros, sigue siendo búsqueda,
incertidumbre, aprendizaje, atrevimiento y por sobre todas las cosas,
perseverancia para no caer en el lugar común o el folleto turístico que tantos
libros vende.
Es en este contexto en el que deseo presentar a “Las huellas del
frío”, un libro con doce cuentos en el que los personajes transitan la
extensa geografía santacruceña. Van de la cordillera hasta el mar, recorriendo
la inabarcable meseta, del puesto ganadero al socavón de la mina, del apacible
campo a las conflictivas ciudades. Las huelas del frío conforma una antología
que reúne alguno de mis trabajos escritos desde ese “domicilio existencial”
llamado Patagonia y están narrados con la impronta de quien se siente
parte de ésta inapresable e inquietante tierra.
Finalmente quiero decir que es un honor estar hoy aquí, disponiendo de
estos cinco minutos que todo escritor anhela. Cinco minutos que significan
mucho y que ayudan a darle visibilidad al libro.
Un especial agradecimiento a la Casa de letras en la persona de Blanca
Herrera y Carlos Lutteral por albergar mis deseos de ingresar al mundo de
la narrativa, a Luis Gruss por aportar su mirada crítica a mis textos y
ayudar en la composición del libro y a Patricia Bence Castilla por
abrirme las puertas de Ediciones Ruinas Circulares facilitando su
publicación.
Muchas gracias a la Biblioteca Hilarión Lenzi, en la persona de
su directora Dña. Raquel Carelli, al jurado del concurso: Felipe
Cervine, Ana Elisa Medina, Gabriela Luque, Tatiana Altamirano y Patricia Vega,
a la Casa de Santa Cruz en la persona de Adriana Soto y gracias la Feria
Provincial del libro por brindar este espacio para que nuestra provincia
pueda decir presente.
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