Ahí está. Iba a decir inconfundible, pero es todo lo contrario. Mezclado entre las ramas de los sauces, su figura se confunde entre los verde amarillos característicos de muchas plantas en esta época. Llegaron a media mañana y le pusieron color a la jornada. Para verlos nuevamente tendré que organizarme un viaje al Parque Nacional. Allí están todo el año y se mezclan con los turistas que los capturan con sus cámaras y los llevan entre recuerdos de hielos milenarios y bosque nativo de lengas, ñires y notros.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
Qué lindo, Alberto. Sabés que tuve a Luis Gruss como profesor también. En la escuela de periodismo.
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