El teléfono sonó un rato después de que la ambulancia se llevó al abuelo. Necesito hacer una consulta, dijo el médico que recibió al paciente. Si lo escucho le dije, a pesar de que mi función era solo administrativa. El cuadro es muy complicado, perdió mucha sangre y su hígado está muy dañado. En síntesis, podemos intentar hacer algo, pero con muy pocas probabilidades de que sobreviva. Lo escuché con atención y pregunté que podíamos hacer. En principio derivarlo, me dijo, para lo cual me tienen que dar la autorización y hacerse cargo de los gastos. Por eso nos llama doctor, pregunté. No, no, contestó un poco nervioso, mi duda es si realmente vale la pena destinar la poca plata que ustedes manejan para lo que parece un caso perdido, dijo y no agregó nada más. Fueron algunos segundos en los que a mi mente vino la imagen del interno. Tipo mañoso, complicado y que poco hacia para entenderse con los demás abuelos. Prepare tranquilo la derivación contesté, ya le acerco la autorización y colgué. Un par de meses después, entró al hogar de ancianos caminando, con muchos kilos menos y una sonrisa que –hasta ese momento- no le conocíamos.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Esa sonrisa valdría tanto la pena como la belleza de esta fotografia...Besos
ResponderBorrarese paisaje es maravilloso
ResponderBorrarno todos pueden además de disfrutarlo, captarlo
al igual que pocos hubiesen visto esa sonrisa, que todos miran pero pocos ven
¡De vuelta a la normalidad! Perdón por mi ausencia, estuve de "mini-vacaciones" Un besito!!!
ResponderBorrarQuizá el verse tan cerca de la muerte, le animó a disfrutar el tiempo que le quedaba con un anímo nuevo, de ahí la sonrisa...
ResponderBorrarHiciste lo correcto. Y ganaste a un abuelo.
ResponderBorrarMuak
Una sonrisa así merece la pena!!!
ResponderBorrarhace mucho q no pasaba por aca... como lo extrañaba! q lindo relato.
ResponderBorrarY la luna sigue saliendo a pesar de todo!
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