Desperté en un barco encallado en el que oscuras ilusiones correteaban fantasmales jugando con el alma de un destino muerto Entre oxidadas esperanzas cansado de remar viento de marea baja me sentí heredero de un pasado glorioso que nunca existió
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña