Despacio. Así era su andar. Daba
la impresión de que media cada paso que daba. Muchas veces llegué a pensar que
andaba como si no fuera a ningún lado. Como si en ese andar no hubiera un
destino. -Buen día, -amigo, decía al pasar y no esperaba a que yo le
respondiera. –Buen día, respondía yo y nunca supe si alcanzaba a escucharme.
Porque, así como veía su silueta aparecer en la distancia y pensaba que a ese
ritmo nunca llegaría hasta mí, también pasaba que, cuando menos lo imaginaba,
él ya había pasado, me había saludado y había seguido su derrotero hacia ningún
lado. Me hubiera gustado saber de dónde venía. O cómo se llamaba. O, hacía
dónde iba. Hace ya una semana que no lo veo venir. Me quedo esperando hasta
tarde pero no aparece.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
domingo, enero 03, 2016
sábado, enero 02, 2016
Sobreviviente.
Me sentía un sobreviviente. Uno
de los tantos o de los tan pocos que habían atravesado ese oscuro tiempo en el
que, como un aliento inquisidor, reinó sobre nuestras cabezas la permanente
amenaza de ser excluidos del sistema. Me sentía también, de alguna manera, un privilegiado.
No integrar esa inmensa mayoría de resignados que habían alimentado esa absurda
idea de que fuera de ello no había existencia y seguir vivo, me entusiasmaba.
Un entusiasmo estúpido, si se quiere. Porque es cierto también que, así como en
algún tiempo todo reino tiene su hegemonía, también sucede que, ineludiblemente,
toda hegemonía es arrasada por el tiempo. Y es el tiempo el que manda. El que
excluye. Me sentía un sobreviviente. En un tiempo en el que no había lugar para
los que osaran sentirse así.
viernes, enero 01, 2016
Despierto
Desperté sobresaltado. No estaba
teniendo un buen sueño. Era aún muy temprano. Hice el intento de seguir
durmiendo, pero no lo logré. O tal vez sí. Tal vez estaba de nuevo transitando eso que parecía una pesadilla. Mejor despertar, me dije. No sin dar antes unas vueltas en la cama, opté por levantarme. Afuera el
sol estaba ya a pleno y reinaba una calma casi absoluta. Miré el reloj de pared
y faltaban unos quince minutos para las seis de la mañana. Muy temprano, pensé.
Pero no voy a volver a acostarme. No. Mejor sigo despierto.
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