Cuando salgo a andar, lo hago convencido de que voy a llegar. Si la ruta es conocida, como en este caso, se -mas o menos- el tiempo que voy a tardar. Los casi mil kilómetros que me separan de Caleta Olivia, son un trámite más. Parar a cargar combustible, tomar un café y después solo andar, en las interminables rutas patagónicas. En Puerto San Julián uno ya siente que esta más del otro lado. La lluvia se hace presente y la tarde da sus últimos manotazos antes de terminar abrazada por la noche. El viaje es apacible, la ausencia de viento hace que todo sea distinto en la Patagonia. Tomo una curva y alcanzo a verla venir. Una libre cruza en diagonal sobre la ruta. El impacto sobre el paragolpe es inevitable. Intento seguir, pero el sensor de temperatura me avisa que las cosas no están bien. Me detengo, levanto el capó y el panorama es desalentador. La base del radiador –toda de plástico- no resistió. Hasta aquí llegué.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
Mas allá de estos accidentes, bien propios de andar por la ruta, el comienzo del recorrido, a través de tu narración, se me hizo sumamente placentero, y tuve la sensación de las grandes distancias en la intima soledad con la naturaleza, que aqui nos perdemos.
ResponderBorrarAbrazo!
igual, a mi me gustó el fursio:
ResponderBorrar"una LIBRE se me cruzo".
es que la patagonia tiene ese no se que de que se yo, dicen...
Qué ganas de viajar compartiendo unos mates. Lástima los percances. Seguí contándonos tus viajes
ResponderBorrarCuanta belleza te rodea. Que envidia che, vivis en uno d elos lugares mas hermosos del mundo.
ResponderBorrarSaludos.
Hola
ResponderBorrarPara bien y para mal, los viajes son así: llenos de sorpresas. Siempre, aunque hayamos hecho la misma ruta varias veces, el camino se presenta ante nosotros distinto e impredecible.
Suerte que estás bien.
Saludos
PS Y tiene razón marina: qué belleza de lugares
Las sorpresas en el
ResponderBorrarcamino también tienen su
punto, no se hacen
tan aburridas, a pesar
de ello la primera parte me pareció algo hermoso.
Besos.
Una vez iniciado el camino, no hay que olvidar nunca la meta...
ResponderBorrarUn abrazo
Catela pues la muerte espera a la vuelta de la esquina, siempre espectante. Suerte.
ResponderBorrarA ver Caleta Olivia.. fue hace unos 29 años que pasé...queda el recuerdo del gigante trabajador petrolero!
ResponderBorrarabrazo
No conzco el lugar. A veces un incidente pueder ser una buena anécdota en el futuro...
ResponderBorrarAlberto, yo necesito saber cuándo y en qué formato escribís estas vivencias.
ResponderBorrarSi me lo querés contar, claro...
Besos
Al menos te quedaste tirado en un paraíso.
ResponderBorrarBesos