Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de 2015

Ingenuos

No sabemos qué fue lo que pensaron los habitantes originarios de nuestro territorio cuando vieron aproximarse a la costa del actual Puerto San Julián a las naves comandadas por Magallanes. Todo hace pensar que desconocían por completo ese tipo de embarcaciones. Que nunca antes habían visto algo parecido. Es –imagino- como si hoy viéramos descender una nave desde el cielo con una forma extraña a nuestro conocimiento ¿Sentiríamos temor, desconfianza, curiosidad? ¿Nos dejaríamos encantar por su presencia a punto de no ofrecer resistencia? No existe registro alguno que dé cuenta de cómo se sintieron los primeros habitantes de este suelo frente a esos hombres barbudos que viajaban en esas naves flotantes. Si sabemos que a ellos los vieron grandes e ingenuos. Tal vez haya sido es la razón por lo que ya no quedan casi huellas de esa raza.

Insulsa

Ya limpié mi invernáculo. Desmalecé lo que había quedado de la temporada anterior. Ordené un poco mi patio quitando las hojas muertas. Ya empecé a tirar algunas semillas de flores con la esperanza de sumar en el verano alguna especie más a las que ya tengo aclimatadas. Me queda empezar a preparar los almácigos. Pero no he tenido tiempo para ello. En eso estoy atrasado. Todos los años digo lo mismo: apenas termine el invierno, apenas ese manto blanco que cubre de frío mi patio desaparezca y el sol me entregue una par de horas de luz en el día, voy a sembrar. Pero siempre pasa algo y pierdo estos días. O mejor dicho ocupo estos días en otras cosas que surgen inesperadas. A veces pienso que, si no fuera por lo inesperado, qué insulsa sería ésta vida.

Las huellas del frio

Se nos fue otro invierno. Por momentos parecía esos caminos interminables en los que uno se cree perdido. Pero no, por suerte el mundo sigue girando, y la primavera ya comienza de a poco a sentirse. Aunque debo reconocer que cada vez se me hace más duro transitar los sombríos días de agosto esperando a que las jornadas de sol se alarguen, a que las temperaturas bajo cero dejen de escarchar nuestro estado de ánimo.  Me salvan las lecturas.  Y el sentarme a escribir.  Y el pensar que, en medio de tanta penumbra, tal vez se esté engendrando un nuevo libro. 

Sólo lo sentí

Hoy volví a presentir la guerra muy cerca de mí.  El vuelo rasante de un ave de guerra pasó por mi cielo. Sentí el estruendo, seco y explosivo.  Mi nieto, sentado en la mesa tomando su sopa de letras, levantó la vista.  Hoy sentí la muerte muy cerca de mí.  La imagen del chico sirio que dio vuelta al mundo volvió a mi cabeza.  Hoy sentí el miedo muy cerca de mí. Era mediodía y no lo esperaba. Tampoco las aves que anidan en la bahía sabían de él.  El recuerdo de Malvinas me nubló la vista: los chicos muriendo de frio en las islas.  La estúpida guerra sobrevoló  de nuevo por mi techo.  No fue un simulacro, el Mirage de la Fuerza Aérea vino a despedirse.  No traía consigo la amenaza cierta de descargar su furia. Vino a despedirse, a  decir que se iba., y a recordarnos que por estos lados, muy cerca de aquí, hubo una guerra.  Trajo a mi memoria un sueño muy loco en el que mi nieto, con su uniforme verde, golpeaba mi puerta y decía...

Transcurrir

Afuera cae nieve arrastrada por el viento.  El día es soleado y, aun así, está nevando.  Hace frío, pero no alcanza para que se forme la alfombra blanca que nos recuerde que todavía estamos en invierno.  Mis álamos supuran brotes ocres que nada dicen de ese follaje verde que pronto llegará. Como nada dice, este opaco día, que la primavera está, por ahí, pronta a llegar. 

Derrotada

-Terminé derrotada -dice y deja caer su humanidad en el diván que, por la manera en que amortigua su llegada, parece que supiera que es el depositario de eso, que no es un despojo, pero tampoco hace pensar en algo íntegro.  -No puede ser tan mentirosa -agrega mientras termina de acomodarse con las manos sosteniéndole la nuca- no soporto más esa manera de engañosa de mostrar ese fraude que es su persona. A esta altura ya debería darse cuenta de que nadie compra ese personaje de mosquita muerta que fabrica cada vez que aparece. Ni siquiera como astucia de supervivencia se la podemos dejar pasar. No se merece la indulgencia de los débiles. No soporto tener que lidiar todo el tiempo con sus desvaríos.  Dice todo esto y se queda pensando en silencio.  Él no sabe qué hacer. Sí decirle que cambie de peluquería o dejar que todo siga así.

Libre

Dice que en el establecimiento hay que respetar el uniforme. Que, si no lo hace, no se le va a permitir el ingreso. Que no está dispuesto a tolerar este tipo de situaciones que promueven el desorden y que fomentan la desobediencia entre el alumnado. Lo dice y no lo mira a la cara. Mira el escritorio en el que tiene desplegado un sinnúmero de carpetas. El alumno si lo mira. Lo hace de manera desinteresada. Lo mira y piensa en cómo será verse uniforme. En dejar que su singularidad se diluya y se vuelva uno más en eso que asemeja a una tropa. El rector sigue con su perorata. Dice que si no cumple con las normas puede quedar libre. El alumno, mientras tanto, sigue pensando. Está en otro lado pero vuelve. Le gustó esa opción que le ofrece el sistema. O trae uniforme o queda libre. No duda. Agradece haber nacido en un país en el que se puede optar, entre ser uniforme, o quedar libre.

Solito

No pienso decir lo que pienso. Elijo el silencio. No creo que sea el momento. Y, si existiera un momento, no quiero encontrarlo. Me muerdo los labios y aguanto. Elijo esperar. Darle al decir, de tantas cosas sin sentido, un descanso. Hacerlo voluntariamente sin necesidad de que nadie me tape la boca. No sé bien porqué lo hago. Cuando lo pienso un poco, una duda revolotea por mi cabeza, tentadora y deseosa de quebrar mi voluntad. Pero no lo hace, me deja así. Se cansa y se va a sembrar la duda a otro lado. Yo la dejo ir. Ya volverá, me digo y me quedo, solito, pensando.

Aula

La mente en blanco. Nada de nada. Como si me hubieran hecho un lavado de cerebro con lavandina. La hoja en el pupitre, como una virgen desahuciada, también en blanco. No deben faltar más de diez minutos para que toque el timbre y no logro empezar una frase. Necesito escribir algo, aunque sea un garabato, para que no vayan a pensar que, al dejar la hoja así, en blanco, estoy expresando cierto desprecio por la materia. Mi compañero de banco escribe. Titubeante, pero escribe. Seguro que puro verso, pero escribe. Está acostumbrado al chamuyo. Cuando pasa a dar oral siempre zafa. Empieza a gesticular mientras dice cualquier cosa y todos compran. Pero este es un examen escrito. Los gestos no sirven de nada. Acá, lo que hay que poner, son palabras. Y se te equivocas en una, por más linda que haya quedado la frase, todo lo que quisiste decir puede ser leído de otra manera. Y ahí viene el bochazo. En cualquier momento suena el timbre. El profesor no se movió de su escritorio en toda...

Un viaje interminable

Afuera llueve. Por momentos de manera torrencial. Esto no es ninguna novedad. Estamos en pleno invierno y por estos lados, en invierno, es cuando más llueve.  Tampoco es novedad que esté haga frio. Lo extraño, lo novedoso, sería lo contrario.  Dicen que hay lugares en donde no existen las estaciones climáticas. Que da lo mismo el otoño que la primavera, o el verano que el invierno.  Me cuesta imaginar un lugar así.  No sé si lo soportaría.  Debe ser como viajar en un tren que no para en ninguna estación.  Un viaje interminable hacía ningún lugar.

Cazando amaneceres

Amaneció así Mirando el cielo sentí deseos  de volver atrás a ese ayer en el que soñaba  con andar  cazando  amaneceres en la extensa geografía  de la que me siento parte,  esquivando coirones,  libre como el viento.

Pausa

Nostálgico extraña el viento.  Teme que la quietud  s ea sólo un síntoma  de congelamiento  de la realidad  que a veces  por anodina lo aplasta.  Desesperado, revisa en los bolsillos, no encuentra nada  que lo saque  de esa pausa.  Se siente como si estuviera metido en una película que otro decidió no seguir viendo. 

Salida

Permanece con los dientes apretados, necesita hablar con alguien. Los muertos también traicionan, piensa y hace una arcada, como si fuera a convulsionar. El enfermero ni lo mira. Tiene toda su preocupación puesta en completar una planilla antes de entregar el turno. Es de madrugada y él sabe que esa es la hora predilecta de los traidores. Esperan el sueño profundo de sus víctimas para delatarlos. Y los sueños más profundos son al amanecer. Debo mantenerme despierto, dice medio balbuceante. La mujer que viene a hacerse cargo de la guardia no parece enfermera. Recibe la planilla y hace un paneo con la mirada de la sala fría en donde puede ver a los tres pacientes que entraron esa noche. Detiene su mirada en él, O por lo menos eso parece desde donde él la mira. La sala tiene una sola salida, piensa y se queda dormido.

Un lugar

Fui al hospital a visitarlo apenas me enteré de su estado.  El frío parecía arraigado en las paredes de la habitación en la que lo habían internado —No todos saben cómo hacerse un lugar en este mundo —dijo y se refregó pensativo el mentón— y yo, no sólo no sé, sino que, nunca me propuse hacerme un lugar -agregó en un tono, pausado y reflexivo, que no acostumbraba a usar.  Después hizo un largo silencio que yo acompañé indulgente. Pensé en decirle que lo entendía, pero que eso no era razón para se propusiera terminar así con su vida, pero no lo hice. Me quedé callado. Cuando se durmió, me paré y me fui, pensando en cuál será mi lugar en este mundo.  

Garza o bruja

Cuando veo una garza bruja me pregunto, cuánto tendrá de garza y cuánto de bruja. Quieta, camuflada entre los arbustos que crecen en la costa de la bahía, con esa mirada desafiante e inmutable, parece mostrar a la bruja.  Contemplarla así me vuelve vulnerable. Imagino que su embrujo podría sortear cualquier defensa que haya construido, incluso, atravesar mis sueños más inquietantes. Cuando levanta vuelo, se manifiesta, de manera mas concreta, la inocente garza que también es, sobre todo cuando despliega sus alas como si no albergara en ellas un hechizo inquietante. No sé cuál de ellas, si la garza o la bruja, hace que presienta cosas que no son para contar en este momento.

Repetirse

Repetir era la única manera de aprender que nos ofrecía la escuela. Estudiar de memoria y repetir era, y tal vez lo siga siendo, la forma de avanzar en el sistema educativo con la esperanza de algún día ser alguien en la vida. No fui un buen alumno en ese ni en otros sentidos que no viene ahora al caso recordar. Es más, en la secundaria, me pasé de rosca y repetí un par de años en los que me negué a presentarme a los exámenes que el sistema de ofrecía para –en caso de aprobarlos- pasar de año. No me acostumbré nunca a repetir. Y no sé bien porqué últimamente el tema me empezó a dar vueltas. Sueño que me repito incansablemente en uno de los tantos roles que he desempeñado en esta vida y que –no sin esfuerzos- he ido abandonando sistemáticamente. Repetirse es morirse, leí alguna vez. Pero no es la muerte lo que me preocupa.

Mundo

Cómo hacer para no sentir que el mundo se está yendo al carajo. Siempre pienso en los dinosaurios, en su tamaño y en cómo, para el imaginario de muchos, eran animales muy fuertes y muy peligrosos. Y pienso en cómo desaparecieron del planeta sin pena ni gloria. Si no será fatalmente ese también nuestro destino como especie. Con tanto tiranosaurio haciéndole daño al planeta no es arriesgado sentir que muchas de las cosas que nos pasan son sólo un anticipo de un nuevo ciclo en el que planeta reciclará a la especie que más daño le hace para empezar de nuevo.

Huella

Hay que andar, dijo en tono de quien no se propone convencer a nadie pero que tiene la convicción de que lo que dice vale pena expresarlo. Sí, andar y no pensar tanto en lo que queda, agregó con la vista puesta en el horizonte. Las huellas de tu pasar pueden durar, más o menos, antes que el tiempo arrase con ellas, concluyó o por lo menos eso creí. Tal vez sólo estaba haciendo una de sus acostumbradas pausas para que su decir no se impusiera como una sentencia. Levanté la vista en un intento por abarcar algo de lo que sus ojos miraban .Y sí sólo fuéramos una huella de otro pasar, se me ocurrió pensar.

Una imagen obsesiva

La piedra sobre la montaña era grande como una casa. Se despeñaba y rodaba sin control haciendo retumbar la tierra. La veíamos venir. No podíamos hacer nada. No sé cuántos metros recorría. Sólo recuerdo que, en el sueño, pensaba en cómo protegernos. Lo pensaba mirando la piedra que yacía a unos pocos metros, como haciendo una pausa. Podía sentir la angustia que me provocaba el saber que, si no se hubiera detenido, nos hubiera aplastado. Ahora, ya despierto, cuando recuerdo el sueño, imagino que tal vez tenga ver con el hecho de que estuve manejando en la ruta. Corría mucho viento. Lo que, por sí sólo, representa una exigencia extra para el conductor.   Pero lo que más me inquietaba era otra cosa. Acostumbro, en estas circunstancias, a prestarles mucha atención a los camiones de carga. Pareciera que a sus cajas las hacen cada vez más grandes. El viento sopla tan fuerte que termina dándoles una ligera inclinación, como si fuera a caerte encima. Ha sucedido, en más de una ...

Egoismo

Hoy no paró ningún colectivo. No bajo ningún contingente de atolondrados fotógrafos buscando llevarse, en los pocos segundos que les dura la parada, un registro de este paisaje. Hoy, pude volver a escuchar el murmullo de la bahía. Un murmullo de vida y de alegría que llega hasta la costa como un susurro. Hoy disfruté del egoísmo de sentirme lugareño en este lugar.

Viento

El viento, a esta hora de la tarde, amaina un poco. Estuvo soplando gran parte del día, a veces furioso, otras no tanto, pero siempre presente. Los ruegos de mucha gente para que pare parecen insuficientes. No hay Patagonia sin viento, pienso y bajo hacia la bahía, encuentro un refugio y me quedo contemplando el paisaje.

Quietud

No sabía qué hacer. Sí seguir así, indiferente, dejando pasar el tiempo -como si alguna vez hubiera creído en eso que su abuela repetía, cada vez que se peleaba con un pariente, de que el tiempo lo curaba todo- o levantar vuelo. La abuela también creía que la  quietud te aproximaba a la muerte, pensó y movió un poco sus alas. Pero no estaba acostumbrada a volar sola. Necesitaba del aleteo del otro para impulsarse.

Mandamientos

Caminar despacio, dejando en cada paso un instante de esa eternidad que nos prometieron y que hoy presentimos como falsa.  Olvidarnos del paraíso como el premio que le toca al que, religiosamente, no se aparta de los milenarios mandamientos.  Sentir el temor, no tanto a perder la senda del buen camino, sino a ese rezago de culpa que anida en algún lugar de tu conciencia o de tu inconsciencia.  Avanzar, aun cuando todos a tu alrededor imaginan que retrocedes.  Trastabillar.  Caer.  Levantarte.  Renguear.  Volver a caminar.  Parece ser que de eso se trata esto. 

Hurgando

Que se sentía como extranjera en su alma, dijo. Despojada de toda fe y de todo sentido de trascendencia. Que, por otro lado, no esperar milagros la tenía más tranquila y aliviada. Dijo eso y se quedó mirándome fijo, como hurgando en mi interior para encontrar algo de eso que parecía haber perdido. Yo no atiné a decir nada. Sólo tragué saliva al darme cuenta de que también estaba vacío, que por más que revolviera en mis entrañas, no encontraría nada. Y nos quedamos así…

"Las fosas ya están cavadas" de Alberto Chaile

No debe existir soledad más profunda que la que uno siente estando en el medio del socavón; y más aún, si este socavón, por alguna trágica circunstancia, no tiene salida. Sentir y —me animo a decir— presentir que, tal vez, sin darse cuenta, uno se ha estado cavando su propia fosa para quedar ingenuamente atrapado en ella... •Primera edición de 100 ejemplares numerados •Tamaño A6: 10 x 15cm •Tapas blandas liner de 200grs •Cosidos a mano •Impresos en papel bookcel de 80grs El Calafate – Santa Cruz – Argentina Realizado por Ensoñación - taller de encuadernación artístico artesanal-

Batalla

Ella aseguraba que tenía que haber una coherencia entre lo que se pensaba y lo que se escribía. Sostenía también la idea de que ello no estaba en la naturaleza del hombre. Que, por lo tanto, para lograr esa coherencia, había que librar un eterna batalla para no caer en artificios que falsearan el pensamiento genuino que toda persona tenía.  Él, sólo escribía.

Irse

La habitación no era muy grande, pero parecía haberse empequeñecido. Ella se mantenía imperturbable, dándole la espalda, con la mirada puesta en ese cielo encapotado. —A vos te falta profundizar, no podés andar, así como así, haciendo afirmaciones tan livianas —dijo él y se quedó como quien se queda esperando una respuesta. Unas nubes, pesadas y oscuras, arrastradas por el viento que soplaba del oeste, se amontonaban cerrando el horizonte. Ella, como si no lo hubiera escuchado, siguió contemplando ese cielo oscurecido que ahora dejaba caer una fina llovizna. —No vas a decirme nada —insistió él levantando un poco la voz.  —Yo sólo te dije que me daba la impresión que estaba como a la deriva, que sentía que debía buscarle un rumbo a mi vida —dijo ella balbuceante, como si una pesada congoja la estuviera asediando. Después, se acercó a él, le dio un prolongado abrazo y sin decirle adiós, se fue.