Acomodó el cuerpo en la butaca, dejándolo caer lentamente,
como si al así hacerlo, evitara algún dolor, de esos que uno le quedan luego de
una larga caminata. Lo hizo también buscando encontrar, en esa butaca, alguna seguridad, esperando tal vez, contener toda esa humanidad, que se percibía tan frágil que la hacía pensar que si –por
esas casualidades- alguien abriera la puerta y dejara entrar una brisa, esa
ligera brisa sería suficiente para terminar derribando lo poco de autoestima
que le había ayudado a salir de su departamento y llegar hasta su trabajo.
Levantó la vista, quizás con la esperanza de que Clarita ya no estuviera más ahí,
pero no, Clarita seguía con sus manos apoyadas en el escritorio, como estableciendo
una barrera, un límite, como bloqueándole cualquier posibilidad de huir de esa
conversación que ella no quería tener y a la que, evidentemente, Clarita no estaba dispuesta
a renunciar. Disculpame, dijo, casi en tono de suplica, pero no ahora no tengo
ganas de hablar, tal vez mas tarde, pero
ahora no. Sacó el manojo de llaves de su cartera y abrió uno de los cajones de
su escritorio, mientras veía como Clarita regresaba a su puesto de trabajo. No
te voy a dar el gusto, pensó, no te voy a dejar hurgar en mis sentimientos como
quien revuelve la basura de otro, no Clarita, a vos no.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
Perder la autoestima....eso es terrible!!! Un abrazo
ResponderBorrarSi se es amigo, uno puede entrar hasta la cocina, para escuchar, ayudar...
ResponderBorrarUn abrazo, Monique.