Ir al contenido principal

Pequeñas historias en el inmenso sur


Tierra manuscrita, tierra escrita en Lexicon 80, en Word: la desmesura de la Patagonia es inabarcable. El hombre común tiene límites que no puede traspasar. Los ojos del hombre común, del cronista, del narrador, no tienen anchura suficiente para aprehender la inmensidad;  Pigafetta atrapó gigantes pero no pudo describir la tierra más allá de la costa.

Hudson y Darwin regresaron a su isla pequeña-pequeña para lidiar hasta la muerte con la nostalgia por la extensión. Por más que escribieron no pudieron conjurar la extraña sed que los acechó hasta el fin de sus días.  El hombre escribe, teje letras, pero la tierra siempre se resistirá a ser narrada.
No se ha dejado ensillar nunca, desde 1520.

Sin embargo, un hombre insiste en su porfía. Tiene un paraíso en su interior; tiene aves, arena, caballos, arreos. El único remedio (el mismo) es escribir, tirar de ese hilo azul unido al carretel ensartado en un poste del pasado. Al cabo de un tiempo el hombre se da cuenta de que el paraíso está perdido. Aunque (reflexiona) le quedan la Patria y la laguna.

Pero no ha viajado en vano: se despierta con un cuaderno entre sus manos.

Y el otro, cercado por la urgencia, toma un atajo. Busca el remedio (el mismo) en la ficción.

Recurre a una colección de personajes que tiene guardados en la caja de Saint Exupery. Les asigna a cada uno un escenario. Desde el teclado de la computadora, como si fuera una play station, presiona los controles. Los personajes transitan lo urbano (bares, estaciones de servicio, calles de ripio, aeropuerto) y viajan a través de caminos que los desvelan, a través del delirio de los espejismos. Visita las caras redondas y duras de la real-realidad.

Cuando retira las manos, la sangre se escurre por el espaciador del teclado.

Buenos Aires (Barracas),                                          Héctor Raúl "Gato" Ossés   

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La memoria espectral de los frigoríficos

Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...

Vestigios

En Santa Cruz, la idea de lo provisorio, de estar solo de paso, estuvo siempre en permanente disputa con el deseo de arraigarse.  Muchos, como Magallanes, sin importar la actividad económica que haya prevalecido, el origen migrante, la condición social, o el motivo que los haya impulsado a venir, recalaron sólo para pasar el invierno.  Otros, como emulando a los habitantes originarios de esta tierra, lo hicieron para quedarse. Echar anclas sin vuelta, quemar las naves, decididos a establecerse. Indagar en nuestra historia es como hurgar en una construcción que, a las claras, no ha sido parte de un proyecto común.  La memoria colectiva santacruceña tiene esa impronta: aparece fragmentada, de a retazos, como si fueran partes de un todo inexistente.  Puede que, el no ser, sea la característica más significativa de nuestra identidad.  En este contexto, los vestigios de los frigoríficos construidos en Santa Cruz a principios del siglo pasado, aparecen com...

No ser

Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre.  La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia.  Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...