Soñé que dormía. No estaba en mí cama. Estaba tendido en una
frondosa alfombra de pasto rodeado de lengas y ñires. Dormía profundo. Podía
sentir la densa humedad subir por mi cuerpo y el aroma dulce del bosque en
diciembre. Los ojos cerrados y la cara sonriente tenía. Seguro que estaba
soñando algo lindo o que ya no estaba, que había dejado de sentir frío.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
lunes, diciembre 22, 2014
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