A veces me atraviesa -como si fuera viento del oeste- un deseo de no aferrarme a lo que más quiero; de desarraigarme de este árido tiempo en el que la nada se vuelve -cada día que transcurre- aún en más nada; y los pájaros no vuelven a su nido.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
lunes, julio 10, 2017
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