Siempre –desde muy chiquita- le gustó jugar a que era reina. Construía en el galpón de esquila, un castillo, imaginando que todos respetaban su palabra. Imponía por su propia voluntad un régimen en el que ya nadie temía a nadie. Sus ovejas paseaban por el campo olvidándose del zorro o del puma, que obedientes a su mandato real, habían encontrado nuevas formas de alimentarse. Cuando paseaba por la inmensidad del territorio juntaba silencios que luego atesoraba entre sus manos como cuencos de rosario que le ayudaban a conciliar el sueño. Cabalgaba entre choiques, guanacos, maras y avutardas, en su corcel blanco derribando límites todos los días…
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
Buenas! ¿Qué tal? ¿como va el puente?
ResponderBorrarCreo que todo el mundo ha jugado alguna vez a lo que describes :) y es que los niños pequeños son muy ingenuos..!
Un abrazo
es la forma más elegante de derribar puentes. un abrazo amigo!
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