Comenzamos a subir lentamente, en una pendiente amigable, entre coirones y matas de calafate. Uno puede respirar los aromas de las plantas que a la vez crean una atmósfera agradable y predisponen a sentirse bien. Estamos contentos de estar acá, la isla –solo por hoy- es toda para nosotros. Abandono todos los mecanismos de defensa que la vida urbana nos va incorporando y que cargamos como mochila de reflejos para garantizar nuestra supervivencia en la ciudad. De golpe y sin aviso, con un fuerte aleteo, cuando estoy casi frente a ella, una avutarda abandona frente a mi cara su nido. El susto que me pego no debe ser muy distinto al del ave que aguantó hasta último momento mi aproximación antes de dejar solos a sus huevos. Bordeo el nido y a partir de aquí abandono también la idea de que estamos solos en este lugar y tomo la precaución de no molestar a sus habitantes naturales.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
nunca estamos solos. en cualquier momento nos acompaña la isla solitaria, padre cielo y la madre roca.
ResponderBorrarEspero que esos huevos sobrevivan a la acción humana y a la de la naturaleza.
ResponderBorrarUn abrazo
el nido estaba perfectamente oculto... tiene aspecto de estar muy calentito...
ResponderBorrarAbrazos.
...
ResponderBorrarYo también me hubiera imaginado el pavor del ave al detectar tu presencia.
Ojalá no destroce a sus críos, cre saber que son muy celosas a la mirada del hombre.
Me llevo en la mirada tus imágenes.
¡Felices Fiestas!
Un abrazo fuerte, fuerte.
Si te caé la navidad y el nuevo año por esos rumbos, disfrútate junto a la naturaleza.
Muackkk...
Mafalda