Me cambio el calzado, me arremango el pantalón por encima de las rodillas y empiezo a caminar. El agua –como ya imaginamos- está fría. Las piedras forman como una huella y por momentos siento como si la profundidad me fuera a doblegar. Hago una pausa y trato de calmarme. El color turquesa del lago me indica por donde no ir. Estoy en la mitad del trayecto y ya no quiero volver
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
Un abrazo para estas fiestas amigo.
ResponderBorrarPrimero tengo que saber hacia donde dirigirme.
ResponderBorrarUn saludo