Ya estamos sobre la parte oeste de la bahía. Desde aquí, la ciudad se ve distinta. A la cortina de sauces y álamos verdes concentrados en el la parte más antigua del pueblo, ahora la bordean nuevas construcciones, algunas de ellas levantadas solo para juntar los verdes aportes de la industria del turismo que motoriza toda vida de la ciudad. A la par nuestra, una cabalgata marcha a paso de hombre. Sobre la delgada capa de agua que persiste en la bahía, algunos flamencos, cisnes y patos disfrutan de la jornada.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
Y acá un viaje, me apetece unirme a esta travesía, parece que la del narrador a pie, aunque a caballo debe ser hermoso, con esa extensiones inmensas...
ResponderBorrarAl paso para no perderse el paisaje ni los pájaros... y luego un trote largo para sentir el viento en la cara y la sensación de sentirse libre y un poco salvaje.
Volveré. Un beso,
Yo quiero subirme a uno de esos jamelgos y unirme a este maravilloso viaje.
ResponderBorrarQue preciosidad de paisaje.
Mil besitos!!!
Que bonito lo cuentas,
ResponderBorrarcomo par desear disfrutarlo.
Besos.
Que foto mas bonita.
ResponderBorrarBesazos
Envidio a los jinetes!
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