Siempre –desde muy chiquita- le gustó jugar a que era reina. Construía en el galpón de esquila, un castillo, imaginando que todos respetaban su palabra. Imponía por su propia voluntad un régimen en el que ya nadie temía a nadie. Sus ovejas paseaban por el campo olvidándose del zorro o del puma, que obedientes a su mandato real, habían encontrado nuevas formas de alimentarse. Cuando paseaba por la inmensidad del territorio juntaba silencios que luego atesoraba entre sus manos como cuencos de rosario que le ayudaban a conciliar el sueño. Cabalgaba entre choiques, guanacos, maras y avutardas, en su corcel blanco derribando límites todos los días…
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Buenas! ¿Qué tal? ¿como va el puente?
ResponderBorrarCreo que todo el mundo ha jugado alguna vez a lo que describes :) y es que los niños pequeños son muy ingenuos..!
Un abrazo
es la forma más elegante de derribar puentes. un abrazo amigo!
ResponderBorrar