Hokusai, el fabuloso artista japonés, eligió setenta nombres diferentes para señalar sus setenta renacimientos. No todos tenemos ese talento y mucho menos la audacia necesaria para volver a empezar tantas veces. Poco a poco la piel encallece y el alma se resuelve en una bien dosificada mezcla de peso y herrumbre. La extraña fuerza de esa pesadumbre impone finalmente sus fueros al poder subversivo del deseo. La conveniencia nos torna conservadores; calculamos mejor cada nuevo paso, cada gesto, cada palabra que pronunciamos ya sin el fervor de la primera vez. Y mientras quemamos amablemente viejas cartas, fotos y banderas clandestinas, sabemos, sin embargo, que una sola gota de lluvia podría bastarnos para despertar de nuevo antes de dormir. Acaso una voz, un viento repentino o una canción escuchada al azar podrían, si quisiéramos, desarmar de un soplo todo el andamiaje. Pero nuestra piel no muda tan fácil como la de ciertos animales. Y ya se sabe que no a cualquier gusano le crecen alas porque sí. Nos aferramos entonces al nombre, al título, al cargo laboral y a las cargas de familia. Nos colocamos una máscara adecuada y una armadura de ocasión. Dejamos ya de contestar el teléfono que de eso se encarga el contestador- caminamos cuidadosamente por la calle y, al llegar a casa, le ponemos siete cerrojos a la condenada puerta. Pero a la larga ninguna precaución es suficiente. Alguien llama, alguien se acerca. Y por alguna ventanita que olvidamos cerrar en el desván, vuelven siempre a importunarnos las setenta vidas posibles de Hokusai, el deslumbrante artista japonés. Luis Gruss
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Y.... es lo que debe querer hacer el animal del "Intendente" caradura como como nadie, todavia no aterriza. asi se da cuenta de las cosas que hace para perjudicar a nuestro pueblo, todos hemos escuchado hablar de la planta de reciclado de basura, clasificación, y otras yerbas, que se invirtieron como 5 millones de peso, que somos los unicos en santa cruz, y otra mentiras más, va como siempre, que el basural iba a desaparecer, que sanchez noya, sigue, pero robando, hoy se puede decir que somos los unicos en santa cruz en haber invertido 5 millones de pesos, de nuestro pueblo, y tenemos un galpon de lujo, y 2 basurales, habria que preguntarle a los vecinos de los barrios salesianos, plumas verdes y otros. dado que la Municipalidad de EL CALAFATE, SU MUNICIPALIDAD, les puso uno nuevo en su barrio, MENDEZ, pensa un popquito, no te hagas el genio porque la estas cagando........
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