Está cambiando el aire. Lo hace con fuerza. Como si ya no soportara más
permanecer así. El aire que respiramos por varios días viaja a unos cien kilómetros
por hora rumbo al Atlántico. Se lleva nuestros suspiros, nuestros enojos y todo
aquello con lo que lo cargamos mientras circula por nuestro organismo. El aire
que llega viene desde el Pacifico. Atravesó la cordillera y aunque su permanencia
entre nosotros es casi efímera, se respira bien, limpio, como aire nuevo.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
¡dale amigo! ¡seguí escribiendo! es como nadar o andar en bicicleta....no te olvidás mas. Un saludo!
ResponderBorrarNo hay nada como aire limpio!!! un beso
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