Es como si se estuviera apagando, como si –a medida que
pasan los días- hubiera alguien que la fuera borrando. El poder verla así,
cuando amanece, me impone cierta nostalgia por eso que no se alcanza ver pero
que indiscutiblemente está. Se me ocurre pensar que tal vez nos hemos
acostumbrado tanto a su menguar y a su volver a crecer, que nadie duda que se vuelva
a completar. Me incomoda ese acostumbramiento. Prefiera empezar el día pensando
que quizás esta sea la última luna que vaya a ver, que esta noche la humanidad
se desayunará con la noticia de que ya no está. Por eso decido quedarme contemplando
su pasar mientras comienza a clarear.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
Comentarios
Publicar un comentario