Me
temblaba la mandíbula. No la podía controlar. Podía sentir el traqueteo de
mis dientes rebotando en la boca; y nada podía hacer, salvo esperar a que se me pase. No era miedo, ni nada que se le pareciera. Tal vez un poco de impotencia
o de bronca contenida. Que jodido es
cuando el que te tiene que cuidar te agrede. Lo inesperado. Lo
impensado. Por suerte pasa. Y después se siente algo de eso que te dicen cuando aseguran
que lo que no te mata te fortalece.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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Nunca pasa del todo, y es cierto que fortalece, pero al mismo tiempo deja una cicatriz por la que somos más vulnerables. A veces, demasiado.
ResponderBorrarNo deja de sorprenderme cómo eres capaz de impactar tanto con tan pocas palabras.
Un abrazo