La verdad, aunque sea relativa, no necesita del panfleto.
Cuando me propongo decir lo que pienso o creo de otra persona, lo hago siempre
con la convicción de que estoy expresando una verdad o, por lo menos, lo que
creo que es mi verdad. Después, me atengo a las consecuencias.
Cuando inicie este blog, hace ya casi una década, muchas de
mis opiniones o verdades relativas, molestaban a los que sentían cuestionados
por ellas; pero todos sabían quien las decía, incluso sabían desde que lugar
las decía.
Nunca necesité camuflarme, esconderme o lo que es más
triste, disfrazarme de otro para decir lo que pensaba.
El panfleto, que dejó atrás el papel para volverse electrónico,
cuando afirma algo sobre cualquier persona, amparado en el anonimato o en una
fachada falsa, no se propone decir una verdad. Se propone, como lo hizo históricamente
el panfleto, injuriar impunemente.
Debe ser por ello que no siento la necesidad de contrarrestar
nada de lo que panfletariamente se diga de mí y que, ateniéndome a las
consecuencias, ratifico todo lo que en este blog he venido diciendo y que,
aunque haya pasado el tiempo, pareciera interesar e inquietar a algunas
personas.
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