Ella aseguraba que tenía que haber una coherencia entre lo
que se pensaba y lo que se escribía. Sostenía también la idea de que ello no
estaba en la naturaleza del hombre. Que, por lo tanto, para lograr esa
coherencia, había que librar un eterna batalla para no caer en artificios que falsearan
el pensamiento genuino que toda persona tenía. Él, sólo escribía.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
jueves, enero 08, 2015
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