Ya limpié mi invernáculo. Desmalecé lo que había quedado de
la temporada anterior. Ordené un poco mi patio quitando las hojas muertas. Ya
empecé a tirar algunas semillas de flores con la esperanza de sumar en el
verano alguna especie más a las que ya tengo aclimatadas. Me queda empezar a
preparar los almácigos. Pero no he tenido tiempo para ello. En eso estoy
atrasado. Todos los años digo lo mismo: apenas termine el invierno, apenas ese
manto blanco que cubre de frío mi patio desaparezca y el sol me entregue una
par de horas de luz en el día, voy a sembrar. Pero siempre pasa algo y pierdo
estos días. O mejor dicho ocupo estos días en otras cosas que surgen inesperadas.
A veces pienso que, si no fuera por lo inesperado, qué insulsa sería ésta vida.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
miércoles, septiembre 30, 2015
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